Dejaron Huella: Ana Barragán y otras historias (Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas - Promoción 2004 -2009)

Decimosexta entrega en la sección “Dejaron huella”. La protagonista es Ana Barragán, egresada de Publicidad y Relaciones Públicas en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. El artículo ha sido escrito por el exdecano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, Antonio Checa Godoy.

 

CINCO HISTORIAS PARA BIEN DORMIR, O NO.

 

1.- Los apuntes

Esta historia tiene nombre, protagonista, Ana Barragán  (Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas - Promoción 2004 -2009), entonces alumna, hoy doctora y profesora. Yo impartía la asignatura de Historia de la Publicidad, utilizaba unos apuntes propios, esquemáticos, de ideas básicas que complementaba con ejemplos, anécdotas y referencias a elementos más o menos de actualidad. Aquel curso, una alumna tomaba apuntes en la primera fila, con visible minuciosidad, sin faltar un día.

Concluyeron las clases, tuvo muy buena nota y se presentó a revisión de exámenes, no para reivindicar mejor nota o alguna curiosidad o duda, sino para regalarme un cuaderno con todos mis apuntes bien organizados -y en algunos epígrafes corregidos y enriquecidos-, encuadernados en canutillo. Formaban un volumen de unos 50 folios a un espacio.

Unos meses después me decidí a redactar el libro titulado precisamente Historia de la Publicidad, partía, naturalmente, de aquellos buenos apuntes.

 

2.- El chupa-chup

La asignatura Teoría del Consumo –anteriormente Sociología del Consumo- fue una de las asignaturas que impartí durante más cursos. Un año grabé un documental sobre el chupa-chup que ví en La Dos y que resumía muy bien la trayectoria del que había sido uno de los grandes éxitos comerciales españoles de la segunda mitad del siglo XX. Ofrecía amplias referencias a la publicidad del producto y a las claves de su éxito.  Establecí también la costumbre –era una asignatura optativa a la que asistía un promedio de 40/50 alumnos- de repartir entre los asistentes el día de la proyección, unos chupa-chups adquiridos en la cafetería de la facultad.  Solía animar, o desafiar, comentando:

 -A ver a quien le dura tanto como el documental, que son 55 minutos.

Y para mi asombro, no faltaron alumnos pacientes, y sobre todo alumnas, que efectivamente supieron prolongar la degustación la duración del documental.

 

3.- La pregunta                             

Durante varios cursos impartí una asignatura de historia del cine para alumnos del primer curso de Periodismo en el aula que, ante las insuficiencias de la vieja facultad de Gonzalo Bilbao, se habilitó en la Facultad de Informática de la avenida Reina Mercedes. Los alumnos la denominaban Gibraltar, porque ellos se sentían lógicamente aislados del conjunto de la facultad.

Solía proyectar en esa asignatura el conocido film El acorazado Potemkin, tras explicar su relevancia en la historia del cine y de subrayar la habilidad del montaje en las secuencias de las escaleras de Odessa.

En una ocasión, concluida la proyección y tras pedir opiniones, una alumna hizo una pregunta-comentario: -Pues me parece una película aburrida y no le encuentro mérito.

Dudé unos momentos. -Tú habrás visto muchos edificios altos por España ¿verdad?, le pregunté. -Sí.

-Y ¿qué tiene más mérito, esos edificios recientes o la Giralda? –La Giralda, claro.

-Pues algo muy parecido ocurre con las películas. Debes situarte en 1925. Importa el que innova, el que crea, no los que imitan, aunque esa copias, unos años después, con más medios, pueda parecer superior.

No sé si conseguí convencerla.

 

4.- Película con merienda

 Debió ser una clase de 17.30 a 19.30, sobre publicidad o quizá cine. Anuncié que iba a proyectar una película y expliqué sus valores y su oportunidad. Apagué la luz del aula, inicié la proyección y a los pocos minutos de iniciada percibo al fondo unas sombras que discretamente salen de la sala por la puerta trasera del aura.  

-No les interesará, o la habrán visto en otra clase o quizá tengan algo, a su juicio, más interesante que hacer, me digo, resignado.

Pero a los pocos minutos se repite, a la inversa, la escena. Se abre la puerta y entra cauteloso un grupo de cuatro o cinco alumnos, que se acomodan en los mismos asientos. Curioso me acerco a ellos y constato que tienen sobre el pupitre varios paquetes de frutos secos y otros entretenimientos gastronómicos, aunque no de palomitas, que no las hay en la cafetería. El grupo parece haber interiorizado que cine sin merienda o algo que masticar, aunque sea en clase, no es cine. Vieron la película y, que recuerde, no dejaron sobras.

 

5.- El cartel

En la asignatura de Cartel publicitario, otra de las que impartí más cursos, solía solicitar a los alumnos un cartel de tema fijo, diferente cada curso y casi siempre tema social, y admitía todos los que se animasen a realizar por libre. Era el año 2005. Se me acercó un día un alumno y me preguntó: -¿Puedo entregarle el cartel que he hecho para el concurso sobre la feria de mi pueblo? -Por supuesto.

El alumno, hoy un reputado profesional en Sevilla, trajo el cartel de la feria de su pueblo, que era Valencina de la Concepción. Un cartel delicioso, protagonizado por un niño. Pasado algún tiempo, ya en el siguiente curso, pregunté al alumno: -¿qué pasó con el cartel de la feria?

-Premiaron otro, me dijeron que un niño rubio no  representaba  a Valencina.

En el cartel premiado había mucho tópico, pero, eso sí, no había niños rubios. Pedí al alumno conservar su cartel, durante muchos cursos estuvo en mis sucesivos despachos de la facultad. Hoy, debidamente enmarcado, lo tengo en casa.  Es magnífico.