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El año del Jubileo

05/03/2024
La Facultad de Comunicación de Sevilla celebra sus bodas de porcelana. Desde su llegada a La Cartuja, ha consolidado una gran comunidad universitaria a su alrededor. Son distintos los grupos que contribuyen a dilatar una experiencia académica que va más allá de las aulas.
20 aniversario de la FCOM en La Cartuja

Texto y fotografía: Alberto Jesús Sánchez Garrido y Claudia Medina Mangas.


SOBRE LAS RUINAS del pabellón de los Estados Unidos, en la Expo 92’, se irguió la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla (Fcom). Un hito que este año vive sus bodas de porcelana. Veinte años lleva acogiendo vida. El traslado desde su antigua sede en Gonzalo de Bilbao, hoy anexo de Bellas Artes, le permitió echar raíces. Y florecer. La comunidad universitaria con la que cuenta, apodados entre ellos mismos ‘fcomitas’, tiene aquí su origen y sentido. José Luis Navarrete, el decano, se encuentra en su despacho. Hasta arriba de papeles, mientras atiende llamadas. Entre tanto trabajo, los festejos se han disipado. “Miguel Nieto fue un importante decano”, alaba. Bajo su dirección se produjo el traslado de sede. Al objeto de llevar la comunicación a la máxima modernidad. No sólo en sentido figurado.  Con la inauguración de esta colosal obra, se añadían las más actuales innovaciones tecnológicas.

La construcción se enmarca en la Isla de la Cartuja, en el lugar de las promesas vacías. Lo que en un principio iba a ocupar un campus universitario ha acabado por reducirse a dos Facultades inconexas, y que se alejan del resto de la ciudad. Ubicada a 3 km del centro de la ciudad hispalense, la Fcom está compuesta por un único edificio, de formas rectangulares. Hormigón y un color rojizo pueblan sus paredes. Su distribución armónica repartida entre cuatro plantas, incluido un sótano, le otorga una clara organización. Tan sencilla y pragmática como el modelo de comunicación de Laswell. Pero en su interior cada persona forma su propio camino. Sigue sus propias reglas. Lo que hace de ella un enclave abigarrado. Y enriquecido. “La dotación tecnológica del edificio era la mejor de España, nos ponía en un listón alto”, rememora el decano.

LA HORA DE LAS CAÑAS

Rondan las diez y cuarto de una mañana de invierno sevillana. Las masas incontenidas de estudiantes bajan del autobús a ritmo discontinuo. Rosario Guzmán, una estudiante del tercer año de Periodismo, es una de ellas. Su experiencia aquí la hace conocedora de cada rincón de la Facultad. Con sus cascos grises, anda tranquilamente el camino desde la marquesina del autobús. El frío de afuera es incómodo. Pocos se quedan en el porche de entrada. En cambio, otros pasan al hall, donde un apetecible olor llega hasta el estómago. Quienes siguen el rastro, como Guzmán, alcanzan la cafetería. Un espacio ancho, con grandes cristaleras que dejan ver el exterior. Sin embargo, la vida rebosa en él. No cabe un alfiler: gente sentada, otra de pie y un tumulto que se abalanza sobre la barra. Detrás de ella se encuentran cinco personas.

La cafetería de la Facultad a hora punta de la mañana
La cafetería de la Facultad a hora punta de la mañana

Resalta Rocío Castañeda, una de las camareras. De pelo corto y menuda, es notorio su desparpajo atendiendo. Dice que lleva aquí 17 años. Mas eso no es desmotivador. Todo lo contrario. Aquí ha formado un vínculo. “Esto es como una pequeña familia, la gente viene aquí todos los días”, dice con gran entusiasmo. Como sigue contando, a algunos, hasta los ve colocarse la banda. No es de extrañar, puesto que las horas aquí se prolongan en el cuerpo. “La rutina de trabajo es intensa. Nos llevamos ocho horas”, emite extenuada. Como se demuestra mientras habla, sirve y despacha a diferentes comensales. Muchos de ellos coinciden en su compra: “Las cañas son el producto icónico”. Con un tamaño considerable, calientes y rellenas de crema o chocolate. Son las más vendidas. Rosario adquiere una, expresando con gozo: “Son un oasis en el desierto”. Un oasis preciado, por la cantidad de gente presente. Profesores, alumnos de distintas instituciones, e incluso trabajadores de la zona. “La Facultad es un lugar diverso, con personas de diferentes gustos y maneras de expresarse”, como la define Castañeda. También considera que es el corazón de la Fcom: “Sin nosotros, sería un poco aburrido”. Lo cierto es que afuera, en estos momentos, el hall se comienza a colmar de personas. Gente que entra, sale, o permanece en el edificio. Parece que los nuevos sillones instalados han triunfado. Están ocupados al completo. Según el Decano, son una propuesta para “que el alumno venga aquí porque hay ocio”. Permiten crear lazos fuera de horario. Saludos, despedidas, discusiones, risas o hasta lamentos se escuchan al acercarse. ¡La “irgen”, que hartura! exclama un alumno atosigado. 

Tampoco puede olvidarse otra parte relevante en esta zona. Conserjería y Secretaría. Son algo parecido a un botiquín de emergencias; están ahí ante cualquier ímpetu. Un grupo de personas que manejan el cauce burocrático. Con todo, la relación con los alumnos es de igual manera: burocrática. “No parece que siempre pongan empeño en resolver tus problemas. Parece que no están del todo satisfechos en donde trabajan”, protesta Guzmán. No es la única que lo piensa. Un grupo de chicas que la acompañan, en el hall, asienten con la cabeza ante sus declaraciones. Al acudir a ellos para pedir su colaboración en el reportaje, rechazan la propuesta: “¿Yo? Ahora mismo no, me pillas haciendo papeles…” responde una conserje tímidamente. Minutos después, sale a su descanso matutino. El reloj da las diez y media. Los estudiantes se movilizan en torno a las escaleras para subir a las clases a cuentagotas.

PAZ ENTRE LIBROS

Rosario toma el ascensor. Antes de seguir subiendo, se baja en la primera planta. Es una parada necesaria. Pese a tener unos pasillos desérticos, este piso alberga un lugar que recopila la mayor cantidad de personas en un mismo espacio: la biblioteca. No difiere mucho de la tónica de su exterior. Entre 23 estantes de gran tamaño repartidos por la sala, se hayan los libros “básicos” de consulta de la facultad. Así lo afirma Lola Rodríguez, su responsable. Ella fue una de aquellos que vivieron en carne y hueso el traslado de sede. Y lo recuerda ilusionada. “Lo viví intensamente, porque nos involucramos en todo el proceso de construcción. Vinimos varias veces a ver las obras, y participamos en las decisiones”, rememora. Fue, como dice, pasar de un todo a la nada. Aunque con sus matices. “La biblioteca de González de Bilbao había sido reformada, pero esto tenía otra dimensión”, remarca. Un sin fin de posibilidades que, desde entonces, han sabido aprovechar.

En el interior de la biblioteca universitaria, en su espacio para trabajo
En el interior de la biblioteca universitaria, en su espacio para trabajo

“Ahora se ha diversificado, estamos enfocados en la Biblioteca Digital”, explica Rodríguez. Porque la tecnología ha desplazado, en parte, su oficio. Mas siguen siendo esenciales. “El estudiante y el profesorado, aunque haya mejorado su nivel de conocimientos digitales, no sabe utilizar muchos de los recursos que ofrecemos”. Alumbran el camino al conocimiento. Lo facilitan. “El usuario, cuando tiene mucha información, no sabe a cuál acudir”, opina. El paso del tiempo ha demostrado que al menos, en este edificio, la biblioteca no es un lugar donde se acumule el polvo.
De hecho, todo indica lo contrario. Esta responsable cuenta que las encuestas de satisfacción premian tanto las instalaciones como la atención al público. No es de extrañar. Por su parte, ella admite que este trabajo es “un servicio público”. “Mi prioridad es atender al máximo a quien venga, ayudándolo y ofreciéndole tantas soluciones como pueda”, confiesa.

Todo esto repercute en la vida alrededor de este lugar. Aquí vienen personas de todo tipo: alumnos del centro, opositores, investigadores, profesores o incluso lectores. En total, existen 372 plazas a ocupar. Se reparten entre mesas, salas de trabajo o videoteca. “Hay periodos donde menos, y meses donde más”, dice Lola, refiriéndose a la gente que habitúa a venir. Ella confirma que el sitio geográfico donde reside este bastión también influye, puesto que “la gente viene a hacer sus tareas y se va”. Aun así, algo está comenzando a cambiar. Su apuesta, como la del Decanato, es la dinamización de los espacios. “Que no solo sea un lugar de estudio”. Ya hay indicios de modificaciones recientes. En este lugar, hace poco han situado unos tentadores sillones tapizados, de colores crema y diáfanos, que invitan al lector a quedarse tantas horas necesite para leer cada tomo de la zona cómic, por la que fue galardonada esta biblioteca. “Han sido todo un triunfo, viene gente exclusivamente a estar en ellos”, argumenta la responsable.

Aun esta planta depara muchos más servicios de los que pueda aparentar. Para muchos alumnos primerizos, grandes desconocidos son otros espacios. Los estudios de fotografía, radio y locución, los platós de realización o las aulas de informática componen la selección de las aulas más prácticas de la Facultad. Quizás, el lugar favorito de los estudiantes. Ahí, su lado creativo puede desatarse libremente, y usarse como deseen. Al acudir a alguno de los técnicos que custodian su cuidado, rechazan declarar. “A no ser que queráis contenido inapropiado…” llega a sugerir uno de ellos, obviando la propuesta. La antipatía es algo que suelen criticarles, como sugiere Rosario: “Su trato no es siempre el más adecuado al acudir”.

EN LAS TARIMAS

Presas en unos cubículos de hormigón, a donde la luz no llega, el centro cuenta con varias escaleras. Largas como un libro sin fin. Parece que conectasen con el cielo de la ciudad. No obstante, en cada piso del edificio, un rellano se abre paso entre la pared. En la segunda y tercera planta se alojan las aulas. Donde se imparten las lecciones. Martina Walkens y Brenda Hidalgo esperan su clase en una de ellas. Ambas son alumnas principiantes de Publicidad y Relaciones Públicas. Toman asiento en unas sillas de madera, fijas al suelo y a la mesa. Ante ellas, se despliega una hilera de asientos. Sirven de público para la tarima, lugar donde reposa el docente.

Estudiantes del grado de Periodismo en sus lecciones
Estudiantes del grado de Periodismo en sus lecciones

Este lugar, para ellas, es un sitio multiusos: “Lo tiene todo en poco, no hace falta salir para hacer nada”. Copistería, cafetería, comedor y lugares para ocio. La vida aquí es palpitante.  “Hay bastante ambiente universitario”, como declaran. Aquí entra en juego el aula de cultura. Ana Gallardo, una de las componentes, trata de “hacer actividades atractivas y que llamen la atención de la gente”. Y aunque en muchas ocasiones las propuestas se queden sin impulso, “la gente se anima a participar, especialmente los alumnos de los primeros cursos”, explica. Son fundamentales en la vida estudiantil. Como la delegación de alumnos. Raviaah Achur es su cara más reconocible. Afable, siempre vende muy bien a este grupo. Porque, como sentencia, “es un trabajo en equipo”. La vida académica ha decaído desde la pandemia. “Ahora está en proceso de construirse otra vez. Este curso hay más iniciativa.” comenta con sus compañeros. Ello se nota en el espacio que ocupan. Ampliamente decorado, cuenta con la esencia innata de la juventud universitaria. Carteles, posters, dibujos, mensajes reivindicativos y juegos de mesa se encuentran allí inclusive. Muestra del entusiasmo que pretenden transmitir a toda la Fcom.

LA PLANTA DE LAS LAMENTACIONES

Este bastión, en su última planta, tiene su lugar de las lamentaciones. El más temido entre aprendices. En él, todos los profesores tienen cobijo, en unos despachos algo diminutos. En uno de ellos se encuentra Concha Pérez, directora del Departamento de Periodismo II. Sonriente y predispuesta a hablar, recuerda su pasado. Tuvo la suerte de presenciar el anterior edificio. Lo describe como una “obra de arte, con pasamanos, escaleras, picaportes y puertas antiguas y de madera”. Ello le daba al lugar un sello histórico. También eran otros tiempos. “Había un formato papel”, justifica. Todo lo contrario a la nueva construcción. “En este espacio se idearon cosas para la modernidad, pero luego no han tenido ese objetivo”, lamenta. De una facultad puntera, como lo fue en sus inicios, hoy queda el regusto a gloria. Con algo de satisfacción. Pérez lo confirma: “Hemos rellenado espacios sin considerar los espacios futuros que llegarían”. La falta de medios y demás recursos es algo en lo que coinciden los estudiantes. 

Pero no es algo que José Luis Navarrete, el decano, meta en el cajón del olvido. En realidad, es una de sus prioridades. “He venido a cambiar las cosas cueste lo que me cueste. Si me tengo que enfrentar a alguien, como lo hago, lo haré”, sentencia. Pretende devolver a la Facultad lo que le ha dado. No es palabrería, siente profundo amor: “Es una auténtica vocación de servicio público”. Anda brindando ánimos al personal cada mañana. Con una agenda apretada. Reunido frecuentemente para resolver problemas tangibles del centro. Algunos hasta reflejados en este reportaje. Porque desprende una actitud realista. Erguido en su silla, articula palabras con destreza. Y aportando argumentos convincentes. “En los últimos años, he notado una desconexión bastante grande de los alumnos para con el centro”. Por eso, algunos de los retos que quiere abordar en su mandato pasan por el fortalecimiento de espacios de socialización. “Estamos trabajando para que los alumnos se identifiquen más con la comunidad”, menciona. Y quizás, que los únicos lamentos que haya sean por no acudir a esta Casa del Saber.

La vida de esta facultad no la ocupan los alumnos. Al menos, de forma exclusiva. En este jubileo, se soplan las velas. Todas las partes están presentes. Las que componen esta destacada comunidad.  Y se soplan por lo pasado y por lo que queda por vivir. Con ilusión. Pese a los problemas. También con un deseo. Lo pide Concha Pérez: “Adaptación, como los camaleones, nunca podemos dejar de adaptarnos a nuestro entorno, como hicimos al llegar aquí”.

 

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