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La deuda eterna con Antonio Ramos Espejo

 

Álvaro Romero Bernal*

Acaba de marcharse al otro mundo, firmando sus propias capitulaciones de Santa Fe, el granadino de Alhama Antonio Ramos Espejo (1943-2023), uno de los periodistas andaluces tan de raza del último medio siglo que, a pesar de su inmenso currículum, de su generoso puñado de libros, de haber dirigido varias de las cabeceras periodísticas más señeras de nuestra tierra, de haber ganado tan merecidamente la Medalla de Andalucía en 2006, de ser Hijo Predilecto de su pueblo natal, es decir, profeta en su tierra, y de haber sido uno de los profesores más queridos de esta Facultad de Comunicación, nunca permitió que le pusieran bajo su nombre más letreros que el de periodista, a secas. Se ha ido, sin hacer ruido y con la memoria marchita por el Alzhéimer, en vísperas del Día de Andalucía. Qué detalle.

Recordaba este sábado una de sus alumnas predilectas, Olivia Carballar, que Antonio vino hace una década a esta facultad para recibir el homenaje de su jubilación y que, cuando tomó la palabra, dijo aquella frase lapidaria que definió toda su trayectoria como un verso: “Vine como periodista y me voy como periodista”. Ese legado, ese orgullo y esa convicción nos los deja el padrino Ramos, como lo ha llamado con justicia Francisco Romacho, a cuantos tuvimos la suerte y el honor de haberlo conocido dentro y fuera de las aulas, dentro y fuera de su casa, dentro y fuera de su propio corazón siempre de puertas abiertas.

Antonio llegó a la Facultad de Gonzalo de Bilbao en la última década del pasado siglo. Se ajustó bajo el brazo su excelente tesis doctoral sobre el periodismo en Gerald Brenan, redactada en los descansos de una redacción que siempre llevaba a cuestas, incluidas las que dirigió, y a continuación tomó aquel maletín negro tan profesoral que, en el fondo, era otro generoso cofre para su alumnado, pues venía cargado de libros que prestaba o regalaba a quienes encontrara en clase con el mínimo interés. Muchos de aquellos libros eran suyos: Andalucía: campo de trabajo y represión, de antes de que naciéramos nosotros; Pasaporte andaluz, escrito entre el golpe de Tejero y el primer triunfo socialista; El caso Almería, de 1984; o Después de Casas Viejas, de 1985. Puro reporterismo a la altura de aquel Nuevo Periodismo que en otras clases nos habían insistido en que llegaba de Norteamérica y que solo él nos vinculó con los autores de la Generación del 98 que habían hecho justamente lo que él: recorrerse España para contar de primera mano lo que veían, el viejo oficio de andar y contar que Chaves Nogales, otro desconocido en aquella época en nuestra propia facultad, había demostrado en su breve e intensa vida de reportero internacional.

Antonio escribió intensamente de Granada y de Federico, y tiene también un buen puñado de obras sobre aquel universo, como Ciega en Granada (1990), El cinco a las cinco con Federico (1986), Más lloraron los reyes andaluces (2000) o Carlos Cano. Una vida de coplas (2004). En el año 2012, el Centro Andaluz del Libro le editó su imprescindible Andalucía de vuelta y media: represión, prensa e imagen. Fue corresponsal de la agencia EFE y Ya en Roma, después de ser redactor del diario Sol de España en Málaga en aquella época de transformación socioeconómica y cultural a comienzos de los años 70. Llegó a ser director del Diario de Granada, rotativo en el que incluyó como columnista a un jovencísimo Antonio Muñoz Molina. Colaboró durante años en revistas como Triunfo, Tiempo o Interviú o en otras publicaciones como El Mundo o La Ilustración Regional. Luego, ejerció durante 13 años como director del diario Córdoba, y por algo en la capital del Califato lo tienen en tanta estima hasta para haberlo hecho académico. Cuando se vino a Sevilla como profesor de la Facultad, fue nombrado director de El Correo de Andalucía en la época en que este pertenecía al grupo Prisa y él lo rebautizó como “un periódico honorable”, entre los últimos años del pasado siglo y el año 2000. De subdirectores, trabajaban con él Antonio Avendaño, Rafael Guerrero y Sebastián García (este fallecido en agosto de 2019). En las últimas décadas, su contribución a los mejores contenidos en forma de documentales emitidos por Canal Sur es impagable. Por series como Andalucía es su nombre, le concedieron en 2007 el Premio Andalucía de Periodismo en su modalidad de Televisión. Hubo luego muchas más.

El sexto de doce hermanos, Antonio nació en el seno de una familia de agricultores y estudió en colegios de curas. Con solo diez años, ingresó en el seminario de Almagro, desde fue enviado un lustro después a Santo Domingo de Scala Coeli, en Córdoba, y allí tuvo su primer contacto con el grupo Cántico y con el poeta Juan Bernier

La grandeza de Antonio Ramos es que llegó a nuestra Facultad con todos los deberes hechos. No vino aquí a hacer carrera ni a utilizar la Universidad como trampolín, sino con su propia carrera puesta a disposición de cuantos conformaban aquí la comunidad educativa y con la generosa determinación de dar lustre y prestigio a una jovencísima facultad que adolecía de escasísima experiencia en el campo sobre el que intentaba predicar. En aquellos maravillosos años en que saltamos de un siglo a otro, tuvimos aquí a excelentes profesores de lingüística, historia o estética aterrizados desde otras facultades, pero también a muchos otros que teorizaban mucho sobre el Periodismo pero que no supieron contarnos nada del oficio por la sencilla razón de que no lo habían ejercido.

Antonio nos preguntó primero de quiénes éramos -como cantaban Los Chanclas de mi pueblo-, nos demostró que conocía a la perfección toda Andalucía porque había almorzado de veras en cada municipio y había repostado en cada comarca, y convirtió el aula en una sala de redacción tan verídica que muchos empezamos a amar esta profesión solo porque entonces nos vimos ya de periodistas. Solo él nos informó de que también los otros periódicos, los libros ajenos y los testimonios de nuestros propios viejos eran excelentes fuentes para nuestro trabajo diario. Solo él inundó de libros y periódicos de todas las cabeceras su mesa de profesor, convertida en abierta mesa de trabajo colectivo. Solo él nos puso a escribir editoriales, artículos, noticias, breves y reportajes con la confianza de equivocarnos para volver a empezar. Solo él nos demostró que las grandes obras literarias –como las de Lorca, las de Azorín o las de Pedro Antonio de Alarcón-, los grandes análisis económicos y las grandes propuestas de la política local o nacional formaban parte de esa misma coctelera que es la vida, y que nuestra función, como los periodistas que éramos ya, era la de contarlo con la habilidad y la eficiencia que debíamos adquirir precisamente en aquellos años en que nos formábamos para ser tan buenos profesionales en lo nuestro como los arquitectos, los médicos o los abogados en lo suyo.

Antonio nos trató casi desde el primer día como compañeros, del mismo modo que trataba a sus compañeros como amigos. Muchos recordamos su ancha sonrisa al entrar en la redacción saludando a diestro y siniestro, desde al guarda de aquella redacción de la Carretera Amarilla hasta a Antonio Avendaño, que ejercía su labor de subdirector en El Correo de Andalucía con la decente humildad que había aprendido del maestro Ramos; desde la señora que respondía a las llamadas en la portería a cualquiera de los becarios que pululábamos por entonces por la ruidosa redacción a la que llegamos con la impaciente ilusión de ponernos a escribir en alguno de aquellos ordenadores.

El maestro Ramos intimó con muchos de nosotros por la sola gracia de su generosidad sin límites y tal vez porque encontró en muchos de nuestros rostros el espejo de pueblo en el que verse reflejado desde aquella nostalgia de su propia Alhama en la que ahora descansa. Nos habló de sus padres, de aquella cabra, Claveles, que lo alimentó de chico, de su hermana la monja, de su primo el dominico, de aquel tío que se llamaba exactamente como él y que fue el primer empresario que llevó el cine a la otra punta de China, como años después corroboramos en aquella magnífica crónica global que escribiera Vicente Blasco Ibáñez alrededor del mundo… Antonio conoció a nuestros padres, a nuestros hijos, y nos siguió bendiciendo con su amistad imperecedera después de los años de la facultad, cuando muchos tuvimos el privilegio de que nos dirigiera nuestras tesis con esa entrañable mano de maestro que nos azuzaba la curiosidad infinita más que nos corregía…

A muchos de nosotros, además, nos embarcó en aquella aventura trepidante de confeccionar una gran Enciclopedia de Andalucía coordinando a más de 200 colaboradores bajo el designio de aquella editorial, Comunicación & Turismo, de su colega Juan de Dios Mellado Morales, y a todos nos puso en contacto con otras generaciones de periodistas que empezaron a apreciarnos solo porque Antonio Ramos era nuestro nexo común, desde Antonio Checa Godoy, que llegó a decano de esta facultad, hasta Manuel Ángel Vázquez Medel, que nos ofreció las clases más apasionadas sobre Literatura que nadie podrá recordar jamás; desde José Manuel Gómez y Méndez, que admiraba su capacidad de padre todopoderoso, hasta Rafa Guerrero, que también ejerció durante años ese tutelaje riguroso y entrañable entre los jóvenes que solo teníamos la ventaja de desear aprender con toda nuestra alma; desde Antonio López, que en paz descansa antes que su tocayo, hasta María Ángeles Fernández Barrero, que empezó en la facultad admirando la versatilidad de Ramos Espejo; desde Juan José Téllez, otro generoso todoterreno del Periodismo bien escrito, hasta Pepe Flores, productor que posibilitó tantos sueños andaluces en formato de televisión; desde Francisco Romacho hasta Juan José Ponce; desde Mercedes de Pablos hasta Rafael Rodríguez; desde Pablo Juliá hasta Antonina Rodrigo… Y no sigo porque a la memoria hay que frenarla cuando se le van saltando las lágrimas.

A muchos de nosotros, jóvenes entonces, nos empezaron a conocer como “los niños del Ramos”, y todavía hoy llevamos a gala seguir siéndolo: Jesús Chacón, Quico Chirino, Carmen Rengel, Enmanuel Camacho, Jesús Quintanilla, Manuel Guerrero, Manuel Ruiz Rico, José Domingo Mora, Rafael Adamuz, Olivia Carballar, Ana María Trujillo, Pepe Romero, Javier Vidal Vega, Manuel Rodríguez, Jorge Rico, Nereida Domínguez, Pablo Santiago Chiquero, Antonio Reina o Catalina Mora, además de un servidor. Todos seguimos llevando su nombre allá por donde ejercemos este oficio que él santificó.

Creo, con toda sinceridad, que no hemos sabido agradecerle a Antonio Ramos Espejo el legado que deja en este mundo, en esta ciudad de Sevilla y en esta Facultad de Comunicación en la que enseñó infinitamente más de lo que contabilizaron los créditos. Y creo, con toda justicia, que nunca es tarde para organizar un acto, un congreso, unas jornadas o un programa de doctorado que estén a la altura que su nombre merece.

 

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*Álvaro Romero Bernal es licenciado y doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Su tesis doctoral "El artículo periodístico de Joaquín Romero Murube como base fundamental de su obra" fue dirigida por Antonio Ramos Espejo y Ma. Ángeles Fernández Barrero.