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Miradas cruzadas

07/05/2024
Mujer del sur de Marruecos conversando con Salva, el presidente de la ONG Cuatrolata Solidario. /MARÍA TORO ORTEGA

María Toro Ortega
Estudiante del Grado en Periodismo


Jamás imaginé que disparar una cámara fuera tan complicado. ¿Quién me asegura que cualquier persona será capaz de comprender la finalidad de la fotografía? Las cámaras y los menores deben ser siempre  controversiales, aunque en pleno siglo XXI el resultado no se corresponda. Las leyes de protección tanto en  menores como en adultos son muy similares, excepto por el hecho de que los primeros no tienen capacidad para dar consentimiento y se encuentran en una posición vulnerable. Hablamos de poner en juego el derecho al honor, a la intimidad personal y la familiar. Así que, al hilo de esta línea jurídica, disparar una cámara puede implicar una intromisión ilegítima de su intimidad, honra y reputación, que condena al fotógrafo documental a una constante encrucijada moral.

El pasado mes de marzo parto rumbo a Marruecos con la ONG Cuatrolatasolidario en calidad de fotógrafa, gracias al acuerdo que llegaron con la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde soy estudiante del Grado en Periodismo. Cuatrolatasolidario es una Organización No Gubernamental que lleva nueve años labrando una obra social enfocada en la ayuda directa de personas y asociaciones de zonas desfavorecidas del Alto Atlas de Marruecos, para mejorar sus condiciones de vida y fomentar la igualdad social.

Esta labor se sustenta gracias a las ayudas sociales, al aporte de donantes y al enorme esfuerzo de los miembros del equipo, que año tras año que invierten en gran medida económicamente, y aportan lo más valioso e irremplazable, su tiempo. Once meses y medio de rompecabezas con las rutas, de poner a punto los vehículos todoterreno, de conseguir los materiales suficientes para casas y asociaciones. El éxito se determina en la semana en la que se entregan esos materiales en Marruecos. Cuando se miran estos trabajos desde fuera, lo que a uno se le viene a la cabeza es la locura que supone lanzarse a ellos, aún conociendo el riesgo que supone.

Niña marroquí
Hija de Ahda Mohamed, un lugareño que nos ayudó a arreglar el vehículo./ MARÍA TORO ORTEGA

El martes salimos dirección Algeciras para coger el ferry que nos dejará en Tánger. Somos doce personas repartidas en cuatro coches, tres en cada uno. El equipo Pato, con Emilio, Rafa y Carlos; el equipo Unicornio o de los jubilados, con Pepe, Salvador y José Manuel; el equipo Vaca, Gustavo, Jero y yo; y el defender el primero, el equipo Zorro, con Laura, Pablo y el director de la ONG, Salva. El temporal y una avería nos retiene una noche en el puerto, pero a la mañana siguiente logramos atracar en Tánger. Tras cruzar la frontera y pasar los controles de seguridad aduanera podemos decir que oficialmente estamos en Marruecos.

Expedición a Marruecos
Dos hermanos despidiéndonos tras recibir la ayuda./ MARÍA TORO ORTEGA

Este año 2024 la ONG tiene tres objetivos marcados: seguir ayudando a la Asociación Ighfamane en Agoudim  para la integración laboral de la mujer, entregar cien bolsas de alimentos en aldeas y nómadas del desierto, y facilitar la entrega de material escolar en colegios y hogares. Cada objetivo consta de su dificultad por las condiciones políticas y sociales que atraviesa el país. El equipo goza de buena voluntad y actitud, por lo
que cada brazo y cada pierna cuenta el doble. En resumen, la expedición dura siete días y se recorren más de dos mil novecientos kilómetros entre montaña y desierto, buscando llegar a donde nadie quiere, por donde nadie pasa.

Con los vehículos cargados hasta los dientes y los equipos dispuestos, la noche del miércoles recogemos el material eléctrico provisto en Tánger y nos ponemos rumbo a Beni Mellal a pasar la noche. Traer cierta ayuda desde España ha sido complicado años atrás, e incluso se tuvieron que desprender de ella en Ceuta. Por ese motivo, este año la campaña de recaudación ha sido más compleja al ser en gran parte económica. Ante el riesgo de que la ayuda no cruce la frontera, la única solución es hacerse con ella dentro del país. Al despertar
la mañana siguiente, Salva coordina al equipo para que un grupo vaya a por los alimentos al mercado, otro grupo prepare los coches y otro busque la manera de reparar el vehículo aún averiado. Cada bolsa de alimentos viene compuesta por: arroz, cous cous, una pastilla de jabón, fideos, lentejas, y lo más abundante de su dieta, harina y azúcar.

Bolsa de alimentos de la ONG Cuatrolatasolidario
Bolsa de alimentos de la ONG Cuatrolatasolidario./ MARÍA TORO ORTEGA

El Alto Atlas de Marruecos es una cordillera montañosa que separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del desierto del Sáhara. Sus altas cumbres son una barrera para las nubes, que no son capaces de seguir avanzando por el norte del continente y que transforman el sur en un paisaje completamente árido. La problemática varía según el lado de la cordillera. Por un lado, los hogares en el Alto Atlas son difíciles de acceder, los alumnos están provistos de transporte escolar, pero el número de matriculados no es elevado y algunos niños tienen que cruzar dos o tres pueblos para ir una horas a la escuela. La zona sur del país necesita aguas, necesita pozos. El regadío es un reto que cada año es más difícil de suplir y sin agua para los cultivos, no hay alimentos.

El paisaje es desolador y se aleja de lo que me imaginaba. Mi misión consiste en cubrir la expedición solidaria por dos motivos: que los donantes sepan que la ayuda llega y que hacen felices a muchas familias, y que de cara a los próximos años, la ayuda pueda aumentar y que la familia de Cuatrolatasolidario pueda seguir creciendo. Hasta ahí parece sencillo. La primera vez que me bajo del Nissan Terrano para fotografiar el momento de entrega, hay un niño de unos siete años descalzo y con la ropa rasgada frente a mi puerta. Alrededor, cuatro mujeres y una decena de niños que rápido corren hacia Salva y Gustavo que tienen juguetes y caramelos. Con la cámara en la mano pienso en qué foto puedo disparar y me doy cuenta de que lo que ven mis ojos ya nunca va a ser lo mismo que lo que ve alguien desde su casa, y comprendo la importancia que tiene la perspectiva y el encuadre.

Niño recogiendo la bolsa de comida y el material escolar
Niño recogiendo la bolsa de comida y el material escolar./ MARÍA TORO ORTEGA

La cámara actúa como arma y devalúa el gesto solidario. Mis compañeros son conscientes de la importancia de la imagen, vosotros como espectadores lo sois también, y yo como fotógrafa, indudablemente lo sé. Pero, quienes reciben la ayuda, no. En torno a la tercera parada no soy capaz de bajar del coche, me rompí en pedazos. Me atormenta un sentimiento de culpabilidad y de injusticia que me ata moralmente a seguir fotografiando.

No es justo que fotografíe a un niño en situación de enorme vulnerabilidad y no es justo que la mueca de una madre cambie porque tras recibir la ayuda vea que hay una cámara de por medio. Entonces mi mayor  preocupación, que la imagen se malinterprete desde casa, cambia por completo de dirección y se transforma en miedo a que las familias que ayudamos malinterpreten el gesto solidario. Ojalá no fuera necesaria la cámara para hacer que la ayuda llegue.

Como periodista estoy obligada a informar, aunque la realidad sea dolorosa o no sea del gusto de cualquiera. Desde ese momento decido enfocar el gesto y salvaguardar el anonimato de las familias, aunque ello suponga despersonalizar la fotografía.

Gustavo entregando un juguete a una madre y su hijo
Gustavo entregando un juguete a una madre y su hijo./ MARÍA TORO ORTEGA

Sin lugar a dudas hay un momento concreto de la expedición que me afectó profundamente. Un cambio de planes provoca que sigamos avanzando hacia arriba de Agoudim y aún con material escolar, nos paramos frente a un colegio. El director nos recibe y muy agradecido acepta la ayuda, pero nos advierte que la fotografía no está permitida ya que puede desencadenar consecuencias graves tanto para él como para los alumnos. A cambio, nos pregunta si queremos entregar los materiales a los niños nosotros mismos. Sacamos las cajas llenas de mochilas, estuches y cuadernos y las llevamos a la clase. Tras la entrega, los niños se ponen en pie y nos cantan una canción en agradecimiento. Contener las lágrimas es complicado y veo a lo lejos una niña de unos doce años que me sonríe y me gestualiza preguntando por qué lloro.

Laura y yo somos las únicas mujeres de la expedición y pronto me doy cuenta de que eso supone una gran responsabilidad. Quiero ser buen ejemplo para todas esas niñas y Quiero que comprendan que el género no condiciona sus acciones y sus posibilidades. Quiero ser inspiración, como ellas son poder y valentía para mí. A la vuelta, tras terminar de subir el camino de Agoudim, volvemos a pasar por el poblado del colegio. La niña, a la que vamos a llamar Fátima, nos para junto a su padre para ofrecernos té en agradecimiento.

El francés lo llevo regular. No sé apenas hablarlo, pero prestando mucha atención entiendo bien. Ofrecemos a Fátima sentarse con nosotros a la mesa, y con la aprobación de su padre, se sienta. Parece muy curiosa por nuestra labor, pero concretamente por Laura y por mí. Me cuenta que de mayor quiere ser policía y atrapar a los malos. Tiene doce años y quiere seguir estudiando en el colegio hasta los dieciséis. Ojalá sus deseos se cumplan. Ojalá el año que viene cuando volvamos, no haya tenido que dejar de soñar.

Carlos calzando a una niña de un pueblo del Alto Atlas
Carlos calzando a una niña de un pueblo del Alto Atlas./ MARÍA TORO ORTEGA.

La confianza puesta en mí para este proyecto desde la ONG y la Fcom ha sido de un valor incalculable a nivel personal. La experiencia se obtiene a través de la inexperiencia y de agarrar la mano de quien la tiende sin esperar nada a cambio. Estos niños me han enseñado más a mí de lo que yo jamás seré capaz. Espero seguir siendo aprendiz muchos años más.